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La batalla de las pymes

Marcela Cinta

La batalla de las pymes

Vivimos en un país con un sistema complejo, donde millones de consumidores y productores con diversos tipos y calidad de bienes y servicios realizan incontables transacciones entre sí.

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el 99.48 por ciento de los negocios en Nuevo León son micro, pequeñas y medianas empresas.

Es decir, que dentro de nuestro sistema económico existe un puñado de empresas que controlan una porción del mercado; mismas que impiden la entrada de la mayoría de las pymes, estableciendo barreras para ello.

Las pymes que desean posicionarse deben invertir durante varios años para lograr hacerlo. ¿Qué les pasa a aquellas que logran colarse como proveedores de este puñado de conglomerados?

Por ejemplo, un comerciante que acaba de iniciar su negocio adquiere productos de otro país. Hasta el momento los vende a un pequeño grupo de consumidores. Cierto día lo contacta un ejecutivo que representa a una importante cadena de supermercados, le ofrece una orden de pago por 50 millones de pesos.

El comerciante, después de hacer números, rechaza la oferta, aun sabiendo que es la perfecta oportunidad para su comercio de crecer como sueña. ¿Qué le hizo rechazar la tentadora oferta?

La respuesta es preocupante. El dueño del negocio sabe que la importante cadena de supermercados no le pagará su producto en un periodo de 90 a 120 días, como mínimo, omitiendo otras políticas especificas de pago, y aún así existe el riesgo de que el pago no sea seguro.

A estas alturas, el comerciante de la pyme proveedora ya habría hecho una inversión que sobrepasa su capacidad, por lo cual para seguir a flote tendría que solicitar financiamiento en alguna institución bancaria, adquiriendo así una deuda en las que las tasas de interés van en aumento.

¿En qué momento hemos permitido que las pymes financien sin cobrar intereses a las grandes empresas?

Como mencionó Karl Marx en 1875, en su «Crítica del Programa de Gotha»: «Dé cada quien de acuerdo con su capacidad, a cada quien de acuerdo con sus necesidades».

No hay otra forma de llamar a las anteriores tácticas que afectan la rentabilidad del comercio, más que «bullying».

La extorsión a los proveedores, donde se incluyen las pymes, con practicas abusivas como ventas en consignación de pago a 90 o 120 días, condiciones especificas y ciertas veces complejas para colocar los productos en los anaqueles, que entorpece la producción de los pequeños comerciantes, pasa bajo la mirada de nuestro «Gran Hermano».

Como en la novela «1984» de George Orwell, vivimos en un sistema comercial donde una sociedad u organizaciones reproducen actitudes totalitarias y represoras.

Sin embargo, este trato abusivo es permisible en nuestro País, aunque cause daños a nuestro sistema económico.

El Gobierno ha desarrollado una variedad de programas para impulsar el desarrollo de las micro, pequeñas y medianas empresas. Pero lo que realmente necesitamos son más empresas grandes. Le dejamos el control a los gigantes dominantes; estamos fallando en lograr que los pequeños negocios crezcan.

Nuestro crecimiento está compuesto por el gasto del consumidor, la inversión en negocios y el gasto gubernamental (más la diferencia entre importaciones y exportaciones). Cuando dos de éstos declinan tenemos un sistema deficiente.

Hace falta exigir las multas, los castigos por abuso y usura por evitar pagar a los proveedores en un tiempo considerable, incentivar a las buenas prácticas corporativas económicas y sancionar las prácticas desmesuradas para tener un progreso.

Éste no es una ilusión; ocurre, pero ha sido lento e inevitablemente decepcionante. Debemos empezar a señalar en qué estamos mal y dejar de tolerar las influencias comerciales nocivas en nuestro Estado.

 click aquí: PDF Publicación en el periódico EL NORTE

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